lunes, 19 de abril de 2010

COSTE DE OPORTUNIDAD

El coste de oportunidad, en términos de economía de empresa, se traduce por los beneficios a los que renuncias expresamente cuando te decides por una inversión. El potencial beneficio al que renuncias viene derivado de no tomar el camino alternativo.
En la vida, este concepto me ha estado persiguiendo desde tiempos inmemoriales. Aunque la verdad es que persigue a todo el mundo. Espero que podáis recordar el momento en que vuestros padres escogieron una educación tradicional, en vez de una bilingüe, el momento en que os tocaba escoger vuestra carrera profesional  a la edad de 17 años, justo antes de comenzar la universidad. Esos grupos que comenzaban a surgir en las clases, y optabais por acercaros a unos y no a otros. En mi caso siempre fui por libre, con un pequeño legado de seguidores, pero es que el control siempre ha sido una de mis obsesiones.
Vamos a avanzar en el tiempo. Actualmente nos solemos definir por nuestro trabajo y nuestra pareja. La ciudad donde vivimos nos condiciona, y evidentemente las personas con las que socializamos viene determinadas por los anteriores factores. Afortunado el que no se cuestione que el contenido de su vida es óptimo para poder decir, una vez haya pasado todo, a las puertas de San Pedro, “he vivido sin excusas ni remordimientos”.
De ahí que me cuestiono lo siguiente: ¿No os pasa nunca que entráis en la terrible espiral del “y si”?
Y si, hubiera escogido informática en vez de física, o diseño en vez de arte.
Y si, me hubiera ido a trabajar un año a Inglaterra en vez de quedarme en casa con los papis.
Y si, aquel día en la discoteca, me hubiera acercado a aquel chico@ que parecía estar loc@ por mi, en vez de anteponer mis ganas de desfasar y pasarlo bien.
No creo que ninguna de estas materias sean capaces de quitarnos el sueño, ya que estamos perfectamente educados para dejar el pasado atrás y mirar al futuro, sobreviviendo al presente a base de consumir. El problema viene de otro lado.
¿Cuál es el coste de oportunidad de lo que estás haciendo ahora mismo? “Ahí está la cuestión”
Cuando estamos en un lugar no podemos estar en otro. Cuando dedicamos el 120% de nuestra fuerza de trabajo a una tarea, ni si quiera nos paramos a pensar si es lo que nos está haciendo felices, si es lo que hemos venido a este mundo a hacer en materia laboral. Nos preguntamos si no nos aportaríamos más a nosotros mismos o a nuestros seres queridos empleándonos en otra labor. De hecho, la mayoría de vosotros está completamente esclavizado por la velocidad de la información. Y los sueños, ya no quedan sueños, no hay tiempo para soñar… lo que hace que cuando nuestros padres luchaban por un sueño, nosotros luchamos por llegar lo antes posible a lo que se pone de moda.
Trataré de explicar este punto. En la actualidad, y sobre todo gracias a las autopistas de la información, podemos estar de viaje y trabajar desde el aeropuerto, mientras esperamos el embarque. Podemos reservar pista de tenis desde nuestro despacho. Incluso podemos hacer la compra sentados en una aburrida reunión, o consultar si un amigo de la infancia sigue sin encontrar curro. Somos capaces de comunicar cualquier cambio en nuestra vida social y hacer que las personas interesadas en ello lo sepan en vivo, a través de cualquier medio de microblog o red social online.
A esta velocidad, ¿creéis que nos da tiempo de parar a pensar o saborear? Nuestros antepasados tenían tiempo de sobra para reflexionar sobre la crianza de vacas, y decidir cambiarlas por cabras. Quizás más adelante montar un establo, o incluso vender las tierras  para hacer casas. Ellos sí eran libres. Ellos no estaban sobresaturados de información.
El día tiene 24 horas. Asumiendo que dormimos 8 horas, nos quedan 16. Si tenemos trabajos exigentes con nuestro tiempo, hablaríamos de una media de 10 horas. Con esto hacemos 6 horas más. Todavía no hemos comido, leído las noticias en el reader, no hemos consulado nuestros feeds, no hemos atendido los mensajes que acumulamos en Facebook o los más de dos e-mail de media que tenemos, no hemos devuelto un par de llamadas de teléfono, no nos hemos ejercitado 1 hora al día, y no he tenido en cuenta, ya que es algo muy personal, el tiempo que consumimos desplazándonos. ¿Podríamos hablar de 4 horas más?... Hasta aquí tenemos dos horas libres. Creéis que deberíais dedicar 1 hora al día a la casa, y 1 hora al día a conversar con la pareja? Porque yo sí las necesito.
En definitiva, no hemos pensado. Y si lo hemos hecho ha sido de una manera tan atropellada que raramente hemos encontrado si nos preocupa algo, excepcionalmente hemos hayado una solución, y nunca, nunca, nunca, tomamos una decisión.
AMIGOS, sabéis cual es el coste de oportunidad de la vida que llevamos???
QUE NO NOS CONOCEMOS A NOSOTROS MISMOS.

domingo, 21 de febrero de 2010

"UNA HISTORIA BIEN PARECIDA" Vol. 3









… Allí nos encontrábamos los tres. Sentados en las posiciones habituales. A mi me gustaba que la pared diera corbertura a mi espalda. Siempre decía que era para comer más tranquilo. Contaba la historia de que nuestros antepasados, al habitar en cuevas, se ponían contra la pared mientras comían, vigilantes ante la posible amenaza de algún animal. Esa sensación ha trascendido hasta nuestro presente, de tal manera que está estudiado que si comes mirando hacia la pared, tus pulsaciones van más rápido. Aunque esto no deja de ser cierto, en realidad lo usaba como excusa para vigilar las dos puertas del restaurante. Que no son las de la concina, por supuesto. Son la puerta de la sorpresa, o sea la entrada, y la puerta del pecado, osea la del baño. Mantenerte alerta de ambas te evita momentos delicados, y te proporciona placer gratuito.


Enrique prefería sentarse de espaldas al resto de comensales. Como os he mencionado alguna vez, era un chico muy selectivo. Prefería que la primera criba de sus ligues se la pasara yo, y lo hacía encantado. Siempre preguntándose cómo podía yo saber los bien o mal que rendían sus ligues, el pobre creo que nunca se dio cuenta.

Joseph no estaba, según le encantaba decir a él, en un lugar donde pudiera encontrar al hombre de su vida. Él se solía jactar de estar seguro de que le encontraría en la bolsa, o en un banco, incluso en algún lugar de fiesta de lo zona alta, en alguna zona VIP. Aunque creo que era una pose, ya que después de algún tiempo navegando entre ambos mares, ya sabía donde había más peces.

Pedí ensalada y carne. Solía comer de ambas, por una parte para resolver sin problemas la digestión, y por otra con las proteínas suficientes para soportar el duro ataque sobre las reservas del cuerpo que suponía la noche. Esa noche comí canguro. Una carne estupenda, suave y deliciosa, aunque un poco pesada. De hecho fue la última vez que cené canguro en mi vida. Ya caí en la tentación de hacerlo, y sufrí las indigestas consecuencias en Paris un año antes “me repetía mientas masticaba”.

Era una noche complicada. Los problemas financieros de Joseph, se percibían en su comanda. Acostumbrado a verle pedir los mejores mariscos, esa noche comió pollo. Decía que se lo había recomendado su médico. Pero la verdad es que no veía a su doctor hacía más de dos años. Sus constantes eran una auténtica incógnita. Enrique, por su parte, ordenó la típica comida catalana: Escalivada y Caracoles. Se sentía más nacionalista que nunca. Había ido a una manifestación a favor de la imposición del catalán en los medios de comunicación, y tenía la bandera subidita. Lo peor es que aunque yo estaba seguro de que no podrían colocarnos el catalán con calzador, al final lo consiguieron. A veces unos pocos paletos, con arrojo y dedicación, consiguen más que una multitud de eruditos en sus sofás de piel.

El camarero. Siempre igual. Tenía especial interés por la mano de obra hostelera. Eso tipo de chaval de 20 años, que se paga la carrera trabajando por las noches. Con los ojos un tanto marcados de estudiar de madrugada, y el futuro en la boca del estómago cada día golpeando. Ese tipo de chico te mira diferente. Te mira esperanzado de que le saques de su existencia fatigadora. Me encanta. Este era rubio, como no, creo que en algún momento me dijo que holandés. Había venido a Barcelona con muchas ganas de estudiar arquitectura. Vino movido por la inspiración de grandes arquitectos españoles.
Se acercó, miró a Joseph (A lo mejor creía que pagaba él), y nos dijo: “Deseáis algo más”. Claro, parecía sencilla la respuesta. Pero tenía que ir un poco más allá… lo suficiente para tirármelo, pero no para darle mi teléfono, porque este era de los que llamaba seguro. “¡Disculpa!”. Wow, en ese momento en ese momento alzó la vista. Sus ojerosas cuencas alentaban a mis sospechas… “¿Me puedes indicar la puerta del baño?”. Como si yo no lo supiera, llevaba toda la cena mirándola. Y aquí señores es donde se marca la diferencia entre el sexo real, y el sueño. El señaló la puerta, dándose la vuelta y ubicando su paquete de perfil, y acto seguido me miró sonriendo. Ahí estaban explicados los próximos 10 minutos del mejor de los sexos, el anónimo y fortuito. Evidentemente dejé propina, mostrando mi satisfacción con el servicio. Y es que ya no es fácil encontrar buen servicio.

Esa noche, como muchas otras, lanzaríamos nuestras almas en alguna carretera oscura, dejando que la pisotearan los coches del pecado. Marchamos hacia las colinas de la promiscuidad, Esteban nos esperaba allí. Seguramente dolido y resentido con la vida “gay”, después de su cita…

miércoles, 27 de enero de 2010

"UNA HISTORIA BIEN PARECIDA" Vol. 2

… El bronco y energizante sonido del coche fue lo único que se oía en la antesala del parking.

Yo residía en unos apartamentos que se habían construido para las olimpiadas en Barcelona. La verdad que muy acogedores y de una estética con la que me sentía muy identificado. La entrada al sótano, donde guardaba mi tridente, era muy distinguida. Sólo decir que las paredes de hormigón pulido, la puerta de madera deliciosamente pintada de blanco, todo el interior bien iluminado, y muchos otros detalles, daban a entender que el edificio, con unos 15 años de antigüedad, se erigió en una reivindicación a la personalidad costera de la ciudad.


Mi apartamento tenía la mirada fija al Mediterráneo. Con ese olor a “mar” que reconforta y calma los que somos de costa. No había  lugar en la tierra donde me encontrara más tranquilo que mecido en  sus brazos. Con una cocina de diseño en aluminio, el resto de la estancia perfectamente decorada en el minimalismo reinante en aquella época, y toda la luz que nuestro astro rey nos puede brindar atravesando los enormes ventanales, aquel lugar me hacía sentir que fue construido para mi deleite.


Me acomodé un momento, y recibí la primera llamada. Justo después de dejar el maletín de los remordimientos al lado del sofá, Esteban me comentaba que se iba a retrasar. Le había surgido una oportunidad que no podía desatender. Un chico del norte, medianamente atractivo, pero bien posicionado, le había invitado a cenar. Era una de esas citas que sabía que no tendría nada de positivo en su vida, y de la que no se acordaría pasados unos días. Pero Esteban necesitaba sentirse querido, imagino que igual que todos. Él nunca encajó en la noche. Era un estudiante de arquitectura, de piel blanquecina y pelo rubio, lacio y largo, con ojos azules y de aspecto endeble. Deseaba desesperadamente que un príncipe azul llegara y le salvara de sus complejos. Pero no era diferente del resto. Y es que, de un modo u otro, como todos, perdía el tiempo entre ranas y sapos, a la espera de que un día apareciera.


En general el comportamiento de los gays, no es distinto al de los hetero. La idea gira en torno a que todos soñamos con el cuento de hadas, y nos adentramos en la noche con la linterna a punto para iluminar nuestro futuro. Una luz que esperamos con ansia desmedida. Y, fíjate tú lo similares que somos todos, que convertimos ese ansia en furor, risas interminables, deseos, corruptelas morales, seguidos de falsedad, sexo con desconocidos, competiciones de ego, y alguna que otra línea blanca del bienestar cruzándose “casi siempre sin querer” antes nuestras narices.


Después de escuchar las palabras vacías de esperanza y los deseos de que fuera una patética noche inolvidable para Esteban, me decidí a dormir un par de horas antes de verme con mis amigos en el restaurante para cenar. Siempre dormía antes de afrontar la noche. Cuidaba mucho que mi cuerpo, como buen vehículo de mi voraz alma, estuviera a punto para cualquier imprevisto. Preparado para acelerar en el momento adecuado, y frenar cuando era necesario. Aunque por un motivo u otro, tenía más apunto el acelerador que el freno.


Esa noche vería a mis 4 mejores amigos. Esteban que llegaría con retraso. Enrique, un chaval del norte de Cataluña hijo de una antigua saga de aristócratas catalanes. Era uno de estos chicos con la sensación de la vida resuelta, pero con una incipiente necesidad de encajar en la sociedad proletaria. Creo que por eso vestía tan, como diría un gran amigo mío, como de “aldea global”. Con muy buen carácter, tranquilo, imaginativo, don para la cinematografía, y, doy fe, sólidos y buenos argumentos en la cama, era capaz de engatusar a cualquier “pequeña” en unos 40 min. Infalible con su pelo ordenadamente despeinado, y su mirada inofensiva.


También se unía a la velada Joseph. Se trataba de un auténtico gentleman inglés. Perfectamente vestido, muy adecuado para cada ocasión, nunca llevaba menos de tres mil euros encima en prendas y accesorios. Se surtía de atuendos en la zona alta de Barcelona, y sólo venía al centro a disfrutar de nuestra compañía. Un tío bien relacionado y no del todo fuera del armario, seguramente fruto de ser un par de lustros mayor que el resto de nosotros. Pero no se lo digáis a nadie, que me mataría. Gustoso de fumar puros inalcanzables para la mayoría, y de pasear su nuevo Mini por las calles de la ciudad, se había metido en un ritmo de vida que sólo sostenía a través de la sumisión imparable a las tarjetas de crédito. Debía tres veces más de lo que tenía, y a pesar de tener un gran salario fruto de su trabajo como especialista financiero, sin incurrir en gastos, habría necesitado una vida para poder pagar todo lo que llevaba a sus espaldas, si no fuera por un acontecimiento que desvelaré más adelante. De todos modos, su tragedia (todos tenemos alguna) consistía en ser un gran gentleman, pero más en la escuela de Austin Powers que en la de 007. Esto llevaba la necesidad de aparentar tener en el banco, la fortuna que Dios le negó a su cuerpo.


La noche olía a risas con los amigos, comentarios sarcásticos, viajes entre dragones de colores, alguna que otra sorpresa, y a conquista amigos, sobre todo a saciar la sed que todos los grandes de la historia clásica tenía y compartían conmigo. Ellos conquistaban territorios y los asolaban. Yo conquistaba egos, y los hacía míos…

lunes, 18 de enero de 2010

"UNA HISTORIA BIEN PARECIDA" Vol. 1

Acababa de cerrar un pedido. Un hombre sonriente y feliz, al lado de su hija, me dio 5000 eur de paga y señal por un BMW 320i de dos puertas negro. En mi mente, al más puro estilo impresionista, le veía como si hubiera sacado de mi costado una espada samurai, deslizándola sin escrúpulos a toda velocidad rozando su cuello, lo justo para verlo desangrarse delante de mí y de su hija. Estaba sangrando pasta, pero era feliz. Imagino que todos hemos sido ese señor en alguna ocasión, presa de algún otro vendedor de ilusiones. Sin excusas ni remordimientos.

Después de despedirlo, concentrándome profundamente para recordar su nombre, me di la vuelta, respiré hondo, y acudí al teléfono móvil. Tras las llamadas que iba a hacer, se escondía el éxito del fin de semana. Cuadraba en aquel instante, el viernes a las 17h, todo lo relativo a la organización intensiva de las próximas 50h. Agenda que terminaba en la discoteca “Amena”, cerca de las 19h del domingo, con la siempre divertida “Fiesta de los Mensajes”. Pero… ¡Había tanto que poner en orden antes!

Llamo a Esteban y a un par de amigos más. En función de cuantos éramos, le pedía una u otra ración de medicinas al tesorero de sensaciones químicas en quien confiaba. Se trataba de un chico de raza gitana, con buen corazón, y he de decir que muy atractivo. Le vendí un Seat en su momento, y estaba muy contento con su coche. Era de mi estatura, piel morena, y cabello rizado. Sus ojos negros fueron paridos para perderte en ellos. Su fibrada espalda, lugar sobre el que recaían muchas responsabilidades consecuentes de su entorno, parecía siempre dispuesta a que recayera sobre ella alguna más. Y sus manos. Ay, sus manos. Fuertes como el acero que se usa para construir barcos, lo suficientemente ásperas para mostrar el duro trabajo en el gym, pero tan tiernas y sencillas que confíarías tu alma a ellas sin pensártelo. En fin, que tenía un camello guapo.

Aquel día no le pedí demasiada carga. Quería tener una noche presidida por la E, con algo de C por si la cosa se ponía bien después de las 5 de la mañana.

Terminè de rellenar el pedido y saludé a la salida al agente de seguridad nocturno. Tenía a mis amigos perfectamente dispuestos a acompañarme durante la noche, un par de llamadas perdidas de chicos del finde anterior, que querían repetir, mi sesión de spa y barros a las 12h del domingo, y justo me había llegado un sms con la hora y las coordenadas del restaurante donde cenaría esa noche. Estaban todos dispuestos a lo que fuera por compartir su tiempo conmigo, y tenía a mi disposición y perfectamente sincronizadas para mi satisfacción y placer todas las variables oportunas.

Me retiré con sumo cuidado la americana de lana fría, lisa y de color gris oscuro, y la coloqué en el asiento trasero del Maserati 3200 GT que conducía por aquella época. Subí a la “Maquina” muy despacio. Me gustaba sentir el crujido de la piel embutiendo aquel asiento deportivo artesanal, el olor a bolso nuevo de Louis Vuitton, y la firmeza con la que aquel coche me agarraba de los riñones. Casi con tanta firmeza como aquel niñato que se arrodilló ante mi ese mismo día, en un restaurante de la zona alta, después de comer.

Arranqué mi Gran Turismo y me dispuse a atravesar Barcelona. Aquella travesía hacia mi apartamento en la playa me resultaba tremendamente sencilla y agradable de surcar. Normalmente la gente vuelve a casa del trabajo muy rayada, pero no era mi caso. Yo me ensimismaba dejando que la ciudad embriagara mis sentidos desde la belleza, modernidad, y policromía de sus calles y sus gentes. Era verano, y os podéis imaginar lo que era bajar la diagonal, a 40 por hora, pegado a la acera de l’Illa, viendo niñatos desfilar con sus peinados imposibles y sus mochilas y ropitas insultantemente caras. Os aseguro que yo daba gracias por existir y que la vida me permitiera ponerme ante tal escaparate. A medio camino, se encontraba la estación de tren, y tenías unos segundos para comprobar si había llegado alguna excursión de Holanda, o Alemania, con la garantía de buenas reses que te proporcionaban aquellos convois. Pero “Hoy son franceses” me dije, y aceleré dejando atrás un rugido hipnótico.